En el año 2002 la organización de realizadores Documentalistas realizó una convocatoria para respaldar como propuesta la celebración del Día del Documentalista, el 27 de mayo, el mismo día que Raymundo Gleyzer, era detenido por la dictadura militar. La organización recibió cerca de 2000 comunicados de apoyo, y así, desde entonces la memoria de uno de los referentes del denominado cine de base quedará eternizada. En el Día del Documentalita, entonces, desde la Cátedra de Comunicación Audiovisual 1 de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Nacional de la Patagonia, recordamos a uno de los referentes de la realización documental argentina.
Gleyzer, junto a Fernando Birri, Gerardo Vallejo, Leonardo Favio, Octavio Getino y Fernando “Pino” Solanas fueron los referentes del llamado cine político argentino que se produjo en las décadas del sesenta y el setenta. Este cine fue el heredero del neorrealismo italiano y delineó un manifiesto recordado sobre El Tercer Cine en el marco de la Guerra Fría y las conferencias de los Países No Alineados. Este cine comenzó con el film de Fernando Birri, Tire die (1959), que el mismo realizador denominó la “primera encuesta social filmada”. A esa denuncia fílmica sobre la pobreza estructural de un país rico en recursos naturales continuaron “Los inundados”, de Birri, “Camino a la muerte del Viejo Reales”, de Gerardo Vallejo, “Crónica de un niño solo” y “Romance del Aniceto y la Francisca”, ficción con fuerte referencia en el neorrealismo y la nouvelle vague, También se enmarcan en esta visión del cine: “La Hora de los Hornos” de Getino y Solanas, “Los hijos de Fierro” de Solanas.
Gleyzer dirigió “Los traidores”, que dramatiza la vida de un militante sindical, que comienza su lucha en las filas peronistas en los '60, y que se corrompe en su ascenso al poder; “Me matan si no trabajo”, un documental sobre la huelga de los obreros metalúrgicos de la fábrica INSUD, ubicada en la zona oeste de Buenos Aires, que reclamaban mejoras en las condiciones de trabajo. Entre sus realizaciones también se inscriben “Las AAA son las tres armas”, inspirado de la Carta abierta del periodista -asesinado por los militares-, Rodolfo Walsh a la Junta Militar.
Estos realizadores no veían en el film, una forma de espectáculo, de entretenimiento, sino un pre-texto para la acción. Era el cine clandestino , cuya búsqueda no era puramente estética, sino esencialmente política, y puso de manifiesto la potencialidad del cine, no sólo para reflejar y testimoniar, sino para producir cambios, sobre todo para construir el tejido histórico.
La desaparición de Gleyzer preanunció que vendrían para los militantes populares cosas peores: el 27, un grupo armado lo detuvo. Su desaparición motivó pedidos de justicia de todo el mundo al entonces jefe del gobierno militar, Rafael Videla.
“El Frente de Liberación del Cine Argentino, que agrupaba a cineastas de diversas tendencias políticas y a cuyo esfuerzo se debía un proyecto de ley de cine con sentido nacional y popular, había recibido amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Aunque no había relación directa entre ambos hechos, no cabía duda que respondían a una política destinada a silenciar la acción y el pensamiento de una generación de cineastas e intelectuales”, recordó el realizador Humberto Ríos.
Gleyzer fue autor de muchos documentos etnográficos, sociológicos, políticos, informativos y de denuncia y de film que sin dudas incomodaban, como "Los traidores”. Fue dueño además de un cine de barrio, de sindicatos y de organizaciones barriales, producía para “los obreros”. Con su cámara se redescubrieron las realidades sumergidas, y ocuparon las pantallas los rostros de seres desconocidos, y las voces fueron las del pueblo. Era otro momento histórico, y el cine testimonial, etnográfico, antropológico, hablaban de un continente sufriente, donde el cine de la Revolución Cubana y el Nuovo Cinema Brasileño, marcaban los pasos a seguir, era el cine popular. Ernesto Ardito y Virna Molina, son autores del largometraje “Raimundo”, que además de narrar su vida, permite conocer el cine revolucionario latinoamericano, y las luchas de liberación de los 60’ y 70’. Su película cierra con la frase: “...a los revolucionarios caídos en la lucha no se los llora sino que se los reemplaza”.
Gleyzer dirigió “Los traidores”, que dramatiza la vida de un militante sindical, que comienza su lucha en las filas peronistas en los '60, y que se corrompe en su ascenso al poder; “Me matan si no trabajo”, un documental sobre la huelga de los obreros metalúrgicos de la fábrica INSUD, ubicada en la zona oeste de Buenos Aires, que reclamaban mejoras en las condiciones de trabajo. Entre sus realizaciones también se inscriben “Las AAA son las tres armas”, inspirado de la Carta abierta del periodista -asesinado por los militares-, Rodolfo Walsh a la Junta Militar.
Estos realizadores no veían en el film, una forma de espectáculo, de entretenimiento, sino un pre-texto para la acción. Era el cine clandestino , cuya búsqueda no era puramente estética, sino esencialmente política, y puso de manifiesto la potencialidad del cine, no sólo para reflejar y testimoniar, sino para producir cambios, sobre todo para construir el tejido histórico.
La desaparición de Gleyzer preanunció que vendrían para los militantes populares cosas peores: el 27, un grupo armado lo detuvo. Su desaparición motivó pedidos de justicia de todo el mundo al entonces jefe del gobierno militar, Rafael Videla.
“El Frente de Liberación del Cine Argentino, que agrupaba a cineastas de diversas tendencias políticas y a cuyo esfuerzo se debía un proyecto de ley de cine con sentido nacional y popular, había recibido amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Aunque no había relación directa entre ambos hechos, no cabía duda que respondían a una política destinada a silenciar la acción y el pensamiento de una generación de cineastas e intelectuales”, recordó el realizador Humberto Ríos.
Gleyzer fue autor de muchos documentos etnográficos, sociológicos, políticos, informativos y de denuncia y de film que sin dudas incomodaban, como "Los traidores”. Fue dueño además de un cine de barrio, de sindicatos y de organizaciones barriales, producía para “los obreros”. Con su cámara se redescubrieron las realidades sumergidas, y ocuparon las pantallas los rostros de seres desconocidos, y las voces fueron las del pueblo. Era otro momento histórico, y el cine testimonial, etnográfico, antropológico, hablaban de un continente sufriente, donde el cine de la Revolución Cubana y el Nuovo Cinema Brasileño, marcaban los pasos a seguir, era el cine popular. Ernesto Ardito y Virna Molina, son autores del largometraje “Raimundo”, que además de narrar su vida, permite conocer el cine revolucionario latinoamericano, y las luchas de liberación de los 60’ y 70’. Su película cierra con la frase: “...a los revolucionarios caídos en la lucha no se los llora sino que se los reemplaza”.
Esta nota fue publicada en el suplemento de Cultura del diario El Patagónico
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